Cuenta la leyenda que la imagen que veneramos hoy la trasladó San Pedro a Barcelona y fue escondida por los cristianos en una cueva de la montaña durante la invasión de los moros, siendo milagrosamente hallada en los primeros tiempos de la Reconquista. La talla, ennegrecida al humo de velas, lámparas devotas y al paso de los siglos, pronto se convierte en la “Moreneta” para los catalanes.
Las conquistas de la Corona de Aragón ampliaron su devoción hacia Oriente. Más tarde el descubrimiento de América y el apogeo del imperio hispánico la extienden y consolidan en el mundo entonces conocido. Se dedican a Nuestra Señora de Montserrat las primeras iglesias del Nuevo Mundo, multiplicándose los altares, monasterios e incluso poblaciones a Ella dedicados. La advocación mariana de la montaña sigue también los grandes caminos hispánicos de Europa y llega, por ejemplo, hasta presidir la capilla palatina de la corte vienesa del emperador. Para España, en los momentos de su plenitud histórica, la Virgen morena de Montserrat es la Virgen imperial que preside sus empresas y centra sus fervores marianos; es también la primera advocación de origen geográfico que alcanza, con las proporciones de la época, un renombre universal. Iberoamérica está sembrada de réplicas de la Moreneta.
Suben a honrarla en su montaña santos como Ignacio de Loyola, Luis Gonzaga o Francisco de Borja. También los monarcas y los poderosos de España: Fernando de Antequera subió el día antes de morir, el emperador Carlos V visita Montserrat no menos de nueve veces y Felipe II,igualmente devoto de Santa María, se complace en la conversación con sus monjes y sus ermitaños. Es conocida la muerte de ambos monarcas sosteniendo en su mano vacilante la vela bendecida de Nuestra Señora de Montserrat. De hecho es la munificencia del gran monarca hispánico Felipe II la que costea el retablo policromado del altar mayor y quien paga la obra civil de la explanada del actual monasterio que, al tener que usar caminos de mulo, tuvo un coste similar al del Escorial (no creemos que la monja Forcades esté al corriente del hecho).
En 1881 fue coronada canónicamente la imagen de Nuestra Señora de Montserrat. Era la primera en España que recibía esta distinción. El mismo León XIII la señalaba como Patrona de las diócesis catalanas y concedía a su culto una especial solemnidad con misa y oficio propios.
Alfonso X el Sabio le dedica varias cantigas, Cervantes y Lope de Vega cantan las glorias de la Moreneta. El gran Verdaguer compone el Virolai, cuyo cuarto verso que hoy intentan borrar los nacionalistas describe con sencillez la natural unión de los catalanes con el resto de España: “Dels catalans sempre sereu princesa, dels espanyols estrella d´orient”.
Mucho después llegaron las marejadas en la Iglesia y los “abades vedettes”, manipulados hábilmente por “nacionalistas cristianos” como Jordi Pujol a quienes – ya simplemente “nacionalistas” al final de sus días- da la impresión de que les gustaría más ver una estelada en el trono de la Moreneta que a la propia Virgen.
En las cortes de Cataluña las negociaciones fueron más arduas. El rey se encontraba aún en Barcelona cuando recibió la noticia de que el 28 de junio había sido elegido emperador con el nombre de Carlos V. El título imperial le era imprescindible para llevar a cabo el gobierno de las numerosas posesiones bajo el signo de la unidad. La corona de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano, no era hereditaria sino electiva, y la Dieta reunida en Francfort, tras la renuncia de Federico el Prudente, hizo recaer la designación en su persona. Para conseguirla, Carlos había invertido un millón de florines, la mitad del cual fue financiado por los banqueros Fugger, quienes vieron en él la clave del desarrollo económico de Europa.
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