jueves, 25 de mayo de 2017

Levantamiento del 2 de mayo (1808).

El 2 de mayo de 1808, a primera hora de la mañana, grupos de madrileños comenzaron a concentrarse ante el Palacio Real. La muchedumbre conocía la intención de los soldados franceses de sacar de palacio al infante Francisco de Paula para llevárselo a Francia con el resto de la Familia Real, por lo que, al grito iniciado por José Blas Molina «¡Que nos lo llevan!», parte del gentío asaltó las puertas de palacio. El infante se asomó a un balcón provocando que aumentara el bullicio en la plaza. Este tumulto fue aprovechado por Murat, que mandó un destacamento de la Guardia Imperial al palacio, acompañado de artillería, para hacer fuego contra la multitud. Al deseo del pueblo de impedir la salida del infante, se unió el de vengar a los muertos y el de deshacerse de los franceses. Con estos sentimientos, la lucha se extendió por todo Madrid.




La úlcera de Napoleón

Aquello fue el origen de una guerra que costó en total 110.000 bajas a los franceses, según los trabajos de Jean Houdaille, a los que hay que añadir en torno a 60.000 muertos de las tropas aliadas que acompañaron la invasión. Una catástrofe militar que fue denominada como la «úlcera española» de Napoleón, y que junto a la «hemorragia rusa» llevaron al colapso del imperio galo. El esfuerzo y los recursos destinados a la Península Ibérica entorpecieron la campaña en Rusia, donde Napoleón perdió 380.000 soldados.




Pero quien más sufrió los rigores de la guerra fue la propia España. Se calcula que la población neta vivió un descenso demográfico, entre guerras, hambrunas y represión, de más de 560.000 personas, que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y Andalucía. El Estado terminó en bancarrota; y la industria y la agricultura destruidas casi en su totalidad. Sin hablar de la gran pérdida en el patrimonio cultural.

Una de las principales causas de que se formara esta «úlcera» fue la actividad guerrillera que se desplegó por la geografía nacional. Aunque algunos soldados franceses ya conocían los horrores de la «pequeña guerra» por experiencias pasadas en la Vendée y en Calabria, nada se parecía a lo que vivieron en España, hasta el punto de que la palabra «guerrilla» nació durante este conflicto. Como consecuencia de estas tácticas, el dominio francés se limitó al control de las ciudades, quedando el campo bajo mando de las partidas guerrilleras de líderes como Francisco Chaleco, Vicente Moreno Baptista, o Juan Martín «el Empecinado», entre los muchos personajes que ganaron inmensa popularidad en esos años.

Derrotado y agotado, Napoleón Bonaparte revisó al final de su vida desde su exilio en Santa Elena los errores que habían provocado su fracaso militar: «Todas las circunstancias de mis desastres vienen a vincularse con este nudo fatal; la guerra de España destruyó mi reputación en Europa, enmarañó mis dificultades, y abrió una escuela para los soldados ingleses. Fui yo quien formó al ejército británico en la Península».




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