Parece sacado de una película de Hollywood, realmente los combates de Cagayán no fueron enfrentamientos con samuráis, mas bien mercenarios para intentar conseguir beneficios estratégicos y comerciales en Filipinas. La diferencia básica entre un
samurái y un
rōnin es que este último no tiene señor, es decir sin roll de
vasallo, por lo que aspectos occidentales es un mercenario. Las batallas tuvieron lugar en las proximidades del río Cagayán como respuesta a los saqueos japoneses de las costas de Luzón y se saldaron con victoria española. El suceso tuvo la particularidad de enfrentar a los arcabuceros, piqueros y rodeleros castellanos que constituían las partes esenciales de los tercios contra un contingente nutrido por piratas japoneses. Contrariamente a la creencia popular, combates similares entre occidentales y japoneses se habían dado ya en situaciones como el asedio de Moji y la Batalla de la bahía de Fukuda, que enfrentaron a nipones y portugueses, y esta no sería sino la segunda vez en que la Armada Española combatiría contra un enemigo que incluía japoneses, contándose antes la segunda Batalla de Manila.
La batalla 👹
La flota avistó un gran junco japonés que acababa de arrasar la costa y saquear a los habitantes. La galera Capitana se adelantó para interceptarlo, a pesar de que el barco japonés era de mayor tamaño y cargaba más combatientes. Tras alcanzar al junco, la Capitana lanzó unas ráfagas de artillería que causaron los primeros muertos y heridos, y a continuación se enganchó al barco nipón para iniciar un abordaje, dirigido este personalmente por el propio Carrión; debido a que los piratas eran superiores en número y contaban no sólo con armas blancas, sino también con sus propios arcabuces provistos por los portugueses, los abordados consiguieron detener el avance de los españoles y repeler el asalto. La situación se torció para la Armada hasta el punto de que los españoles debieron retroceder y los piratas realizaron su propio abordaje a la cubierta de la galera. Con el objetivo de recuperar la iniciativa, como si combatieran en un campo de batalla de Flandes, los soldados de Carrión establecieron una posición defensiva en la popa y formaron una barrera, con los piqueros delante y arcabuceros y mosqueteros detrás.
Carrión cortó entonces la driza de la vela mayor, que cayó atravesada sobre el combés, creando una trinchera adicional tras la que parapetarse. Les ayudó en este propósito no sólo su formación y su maestría con las armas de fuego, sino también la mayor robustez de sus armaduras en comparación con sus adversarios. De cualquier modo, esta posición les sirvió finalmente para restablecer las fuerzas y recuperar el terreno mediante descargas de arcabucería y cargas cuerpo a cuerpo, volviendo a hacer recular a los piratas en dirección al junco. Coincidiendo con este contraataque llegó el San Yusepe, que disparó contra el barco japonés y acabó con los tiradores que aún hostigaban a la Capitana. Al comprender que la batalla estaba perdida, los piratas abandonaron los navíos y saltaron al agua para intentar llegar a nado a la costa, con el resultado de que muchos se ahogaron por culpa de sus armaduras, que no por ser más ligeras eran menos farragosas para nadar.
Una vez recompuesta, la flotilla española continuó por el río Tajo (nombre del río Grande de Cagayán) y se encontró con la flota de 18 champanes de Tay Fusa, que había construido además fortificaciones en la desembocadura del río, contando en total entre 600 y 1000 hombres. Carrión consiguió atraerles río adentro, lejos de sus posiciones ventajosas, y allí los dos contingentes combatieron a distancia durante horas, hasta que los cañones occidentales, más potentes y mejor manejados, permitieron a sus dueños imponerse. Se estima que cerca de 200 japoneses resultaron muertos o heridos en el intercambio. Los españoles desembarcaron en un recodo del río para tomar posiciones cerca de donde estaba el grueso de las fuerzas enemigas, construyendo una trinchera y colocando en ellas los cañones de la galera, con los que continuaron haciendo fuego. Viéndose superados estratégicamente, los
wokou decidieron negociar una rendición, pero Carrión se negó y les ordenó marcharse de Luzón. Los piratas respondieron entonces pidiendo una indemnización en oro por las pérdidas que sufrirían si se marchaban, a lo que siguió una nueva y rotunda negativa de Carrión. Rotas las negociaciones, los japoneses decidieron atacar las posiciones terrestres españolas con varios centenares de soldados, amparándose en su enorme superioridad numérica frente a los defensores (400-800 piratas contra 40 soldados y 20 marineros), la trinchera aguantó sus dos primeros asaltos. Los japoneses recurrían a la táctica de asir las astas de las picas para abrirse camino o hacerse con ellas, por lo que los piqueros y alabarderos españoles optaron por untar sebo en la madera durante la pausa entre las escaramuzas, a fin de que resbalaran y fueran más difíciles de agarrar.
A estos asaltos los siguió un tercero, más desesperado y ya con las reservas de pólvora de ambos bandos agotadas, en el que se luchó cuerpo a cuerpo en las mismas fortificaciones, pero el resultado volvió a ser la victoria española. Aunque los españoles habían perdido ya al menos 10 soldados, las bajas japonesas a estas alturas eran mucho mayores, con lo que éstos desistieron del ataque y emprendieron la retirada final. Los defensores salieron en su persecución y abatieron a muchos japoneses, pero otros tantos consiguieron salvarse gracias a que el menor peso de sus armaduras les permitía correr más rápido. Los españoles se hicieron con las armas japonesas que habían quedado sobre el campo de batalla como trofeo, lo que incluía catanas y armaduras.
fuente Wikipedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tú aportación.